Son las ocho y media y ya va camino de cumplir 12 horas de trabajo en su peluquería del centro de Madrid. Es su negocio, así que no ha tenido con quién compartir la jornada, tan amplia como irregular. “Yo no tengo horario”, dice, y sonríe resignada: “Entro a las nueve de la mañana y mientras haya clientas sigo trabajando, pueden ser las ocho como las diez de la noche. No me podría permitir el lujo de salir a las seis”.
Esta autónoma, no ve otra forma de conciliar trabajo y familia que no pase por levantarse a las 6.30 de la mañana y sacrificar tiempo de descanso.
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